martes, 22 de abril de 2008

Lavín y los claveles

Bovino, Cachirulo y yo íbamos en cuarto medio, y desde tercero que los tres éramos parte del auto asignado “Ilustre Centro de Alumnos” y como chiquillos responsables de nuestros cargos, hacíamos todo lo posible por realizar la mayor cantidad de actividades para juntar plata y comprar las cosas que prometíamos. Un día llegó la profe de artes a decirnos que en el otro colegio en el que trabajaba, hacían una cuestión bien entrete que se llamaba “el día del clavel” La cosa no es tan original tampoco, pero nosotros no la conocíamos. Para el que no sepa, el día del clavel consta en comprar claveles y venderlos a los compañeros en el recreo, para que ellos se los regalen a quienes quieran; rojo para el amor, blanco para el perdón, y amarillo para la amistad. Bueno, y decidimos hacer la cosa de las florcitas esas… Obviamente, antes que todo había que ir a comprarlas… Como siempre el Cachirulo guateó y tuvimos que ir con el Bovino los dos no más, y le pedimos a Don Toto, el auxiliar del colegio, que nos llevara en su toto móvil. Fuimos a la pérgola de no sé dónde, pero es el mismo lugar donde se compran flores para el cementerio… Y en el camino hacia allá pasamos por Mapocho, y como era tiempo de campañas presidenciales, habían carteles de Joaquín Lavín tamaño real por toda la calle, la cosa es que con Bovino tuvimos la genial idea de robarnos uno, y le propusimos la genialidad a don Toto, y él aceptó gustoso, y hasta se entusiasmó y nos empezó a contar que en la época de la dictadura había ayudado a unos alumnos a hacer un ataúd de madera para meter a un mono vestido de milico adentro, y que después lo llevaron al Aguilucho con Los Leones y lo quemaron en toda la esquina… Bueno eso nos contaba bien orgulloso mientras íbamos a comprar los claveles. Llegamos al fin al lugar donde se compraban, y el Bovino pinchó con una chiquilla con las pechugas bien grandes, llenas de leche porque había tenido recién una guagua, y se aprovechó de sus encantos para pedirle que le regalara unas rosas súper bonitas para regalarle a la chiquilla que le gustaba.

Con los claveles listos nos pusimos en marcha para volver al colegio, le acordamos de nuestro plan a Don Toto y cuando dio rojo en el semáforo, Don Toto sacó un corta cartón de la guantera y se lo pasó a Bovino, y le dijo “apúrate, tráelo antes de que dé la luz verde”. Bovino corrió, y con el corta cartón rompió las amarras del cartel, se lo puso bajo el brazo, corrió de vuelta hasta el Tito móvil, lo metió adentro y partimos rajados mierda, justo cuando dio la luz verde. Llegamos al colegio y nuestro queridísimo auxiliar guardó nuestro cartel en la bodega.

Al otro día hicimos el día del clavel y vendimos todos los que teníamos, Bovino me pidió que hiciera un cuasi arreglo floral a la chiquilla que le gustaba y me quedó bien bonito, y casi no me lamenté por la lolita de las pechugas llenas de leche mientras lo hacía. La cosa es que mi amigo le entregó las flores a la chiquilla, pero ella era media mala, así es que pasó sin pena ni gloria la cuestión. Y nosotros también, sin pena ni gloria, ni el Cachirulo ni yo recibimos clavel, sólo el Toro, uno amarillo que le regaló una niña de séptimo que andaba detrás de él. Al menos nos fue bien con las ventas.

Dejamos pasar un tiempo, hasta que un día, durante una inesperada hora libre, supimos que ese era el momento. Como Cachirulo ya estaba enterado de nuestra hazaña, nos ayudó también, él vigilaba mientras Bovino, Don Toto y yo sacábamos a Don Joaco de la bodega. Le cortamos tres cuartos del cuello, cosa que quedara colgando la cabeza, y con mi plumón mágico multiuso le dibujamos una lengua. Hicimos las señas correspondientes a Cachirulo, el soltó la cuerda del mástil de la bandera que estaba al medio del patio y nosotros en un rápido movimiento colgamos al candidato por el cuello e izamos nuestra bandera. Estuvo ahí colgado como veinte minutos, hasta que un chiquillo bien mamón y facho como él solo, fue a avisarle al inspector, el señor Rareza, que fue a bajar a Lavín del mástil, pero se le cayó en la cabeza y todos nos reímos de él, menos el mamón facho que miraba con cara de tirria.

Ahora, después de tres años de haber salido del colegio, los tres, aún amigos, nos reímos hasta que nos duele la guata, o hasta que nos acordamos de una talla mejor.

1 comentario:

Nos dijo...

Me gsutaria saber quien fue el creativo de esta obra...está muy buena!!!...
Me reí mucho

Su compañera Gisset