martes, 22 de abril de 2008

La venganza de los cuadernos

Todo empezó en primero medio, cuando en un consejo de curso, hablábamos sobre la posibilidad de ir de gira de estudios, y nuestra profesora jefe propuso la genial idea de ir a Brasil. Entonces trabajamos mucho, con una comisión de aproximadamente 10 personas para juntar la plata para ir al viaje, porque dentro de este grupo, entendíamos que no podríamos ir si no nos esforzábamos por juntar el dinero. Vendíamos papas fritas y queques en las reuniones, y dulces en los recreos. Cuando habíamos llegado a tercero medio ya habíamos reunido una cantidad considerable, y llegó el momento de conversar sobre cómo lo íbamos a hacer para la gira, se hizo entonces la pregunta de cuál sería nuestro lugar de destino, y las compañeras con más plata se acordaron de la propuesta de la profesora y dijeron querer ir a Brasil, sin embargo, había que costear individualmente un pasaje y estadía que significaba casi medio millón de pesos. Como nosotras no podíamos pagar esa cantidad de dinero, propusimos la idea de ir a otro lugar que fuese menos caro, y nadie dio su brazo a torcer. Y nació así la rivalidad entre ambos bandos. Finalmente, las chiquillas que tenían más plata fueron a Brasil en enero, y nosotras, más unos compañeros que en total sumábamos aproximadamente 20 personas, fuimos a La Serena, en diciembre.

Al llegar a cuarto medio, la rivalidad se había hecho muchísimo más evidente, las compañeritas mala onda, exhibían los chiches comprados en Brasil, entre ellos, unos lindos cuadernos del país carioca. Tanto fue la arrogancia que un día, una de mis amigas decidió hacer algo para vengarse, entonces bosquejamos nuestro plan. Como salíamos a las una y media, decidimos volver a las tres de la tarde para asaltar uno de los casilleros y acabar con los maravillosos cuadernitos, recogimos unas piedras de la plaza para romper el candado, y nos fuimos a comer unos completos para no hacer tan ardua la espera. Cuando ya fue la hora indicada, volvimos al colegio y realizamos nuestro plan, con suerte incluso, porque no tuvimos que hacer uso de las piedras, porque el candado de la desdichada estaba abierto. Una vez que el cuaderno estuvo destruido, nos fuimos felices cada una a su casa. La venganza fue dulce, no nos pillaron, e incluso se hizo una práctica recurrente el asalto a los casilleros del enemigo, ahora sacábamos libros y cuadernos antes de las pruebas, y gozábamos con el sufrimiento de las pobres chiquillas a las que ya no les quedaba nada del bronceado… era muy entretenido. Hasta que las sospechas se hicieron muy grandes, y ellas estaban seguras de que éramos nosotras las culpables de las pérdidas, tanto así que hablaron con la coordinadora del colegio, que para su desgracia era muy amiga mía… Un día me sacó de clases y me preguntó si es que había sido yo y mi grupo quienes tanto mal habían hecho a las pobres chiquillas platudas, y apeló a nuestra amistad y confianza, sin embargo yo dije: “mis amigas primero, el pacto era callar hasta la muerte”. Negué todo y llegué a contarles a mis amigas que no las había delatado y que todo estaba bien, y decidimos terminar con nuestra larga venganza que duró más ocho meses, salimos invictas, y aún nos queda el dulce sabor.

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