Francisco suele llegar atrasado a todas partes, en especial a clases. No es un mal alumno, ni en lo disciplinario ni en lo académico. Él y sus compañeros han pasado a tercero medio, lo cual supone un cambio importante en su adolescencia: ha llegado al “Olimpo”; el patio en donde se encuentran los alumnos de tercer y cuarto año medio. Allí también, según la tradición cuenta, se encuentran los profesores más “secos” y más exigentes del colegio. Todos los años de formación en el establecimiento confluyen hacia la llegada del alumno a este nivel. Es el momento de demostrar cuánto ha aprendido y que tanta capacidad tiene para rendir una buena PSU. Alumnos y profesores lo saben claramente: la imagen del colegio radica en los buenos resultados y, por lo tanto, los alumnos no pueden quedarse atrás porque quien no logra buenos resultados es visto como un mediocre.
Hasta el año pasado, Francisco se quedaba un par de horas en el colegio para jugar a la pelota, jugar taca taca o simplemente para desconectarse de las clases. Sin embargo, este año ha debido hacerse cargo de una triple presión: los profesores, sus padres y él mismo, sin contar las infaltables comparaciones entre los mismos alumnos para ver quién es el mejor y quién no. En definitiva, Francisco entró a un círculo vicioso en donde se comienza a juzgar lo que hará o no con su futuro y, de tener una meta clara, si podrá conseguirlo.
No obstante, no sólo el futuro ya es una preocupación diaria con la cual debe lidiar este joven, sino también con la fuerte carga académica a la que se somete a los alumnos de tales niveles. Todas las mañanas con clases y, por la tarde, gimnasia, talleres y preuniversitario, son contar con las múltiples tareas y pruebas para las cuales debe estudiar. La vida se le puso color de hormiga. Si antes no tenía grandes problemas para entrar a clases aunque llegara atrasado, ahora tiene que rogarle a inspector, luego de ser citado su apoderado por constantes atrasos o de ser suspendido por lo mismo, para poder entrar.
Con el paso de las semanas, Francisco es catalogado como un alumno problemático: llega constantemente atrasado y, como aún no se acostumbra al ritmo de su nueva vida escolar, ha bajado sus notas; lo cual es advertido por sus profesores quienes no dejan pasar oportunidad para exigirle más responsabilidad y seriedad con “su proyecto de vida”. En momentos donde conceptos como “vocación”, “proyecto de vida”, “profesión” son diariamente recordadas por sus tutores, Francisco tiene que lidiar, además, con la doble presión de rendir en el colegio y de ser un alumno tal como lo dice el perfil ideal que aparece en la agenda. En definitiva, este joven cae en un abismo en dónde él se convierte en su peor enemigo, ya que los demás le hacen saber que es él quien está fallando, ya que los demás ponen todo de su parte.
Francisco, sin embargo, no es el único que está en esta situación dentro de su curso. Hay, dentro de los alumnos inadaptados al sistema, un gran descontento e insatisfacción. Cada vez más se acerca la “condicionalidad” o la “amonestación” y, como dice el resabio: “En tiempos desesperados, medidas desesperadas”. Han intentado copiar en las pruebas, pero siempre son los más vigilados porque, en teoría, son los más susceptibles de caer en tal infracción.
Luego de pensar bien cómo solucionar esto, más allá de tratar de estudiar más, llegan a la compleja situación de la falsificación de notas. Esto significa tomar el libro de clases y cambiar algunas notas que aparecen reprobadas o insuficientes para los promedios buenos. No obstante, saben que los profesores se darían cuenta si aplican corrector para borrar y cambiar notas, sería muy sospechoso, por lo cual deciden sacar una hoja del libro de clases, en donde no se ocupen los recuadros para las calificaciones, y recortar cuadraditos para luego pegarlos delicadamente con una buena nota sobre la mala nota. Este trabajo implica que la tarea sea minuciosa y que no sea percibida a simple vista. Habiendo practicado artesanalmente esta técnica en cuadernos propios, Francisco y sus compañeros tomaron el libro de clases -que se deja en las salas durante los recreos- y, a escondidas, cambian las primeras notas. Los días pasaron, llegó la siguiente reunión de apoderados y estos alumnos, según el informe, había mejorado: todos contentos.
Pasó más de un mes en que Francisco y sus compañeros recurrieron a este sistema para disminuir la presión que se había instalado sobre ellos. Sin embargo, y pese a su discreción, más alumnos se enteraron y comenzaron a pedir, a cambio de dinero, que se hiciera lo mismo con algunas notas que tenían deficientes. El tema ya era un tema de pasillo y los profesores ya sospechaban algo turbio en el ambiente. En esta sentido, y tal como el efecto bola de nueve, las cosas tomaron dimensiones mayores y era cosa de un descuido para que los profesores se enteraran. Francisco estaba intranquilo, desganado y angustiado: él había sido el iniciador, junto a otros compañeros, de este fraude. Si alguien caía, seguramente él sería uno de ellos.
Lamentablemente, para Francisco, los profesores se dieron cuenta del cambio radical en las notas de ciertos alumnos y, de casualidad, encontraron una disparidad en el relieve de las hojas en donde están las notas de cada ramo. Descubrieron así el engaño. Las investigaciones comenzaron y las citaciones a los apoderados comenzaron: Francisco, efectivamente, fue el primero. Muchos alumnos, por miedo a represiones, delataron a otros, por lo cual, quienes asumieron sus responsabilidad en un principio fueron quienes más se vieron afectados por las medidas del consejo de profesores.
Aún no pasaba medio año y Francisco estaba expulsado del colegio, junto a los compañeros con quienes inició el sistema. Se encuentra sin colegio, sin apoyo y sumamente decepcionado de sí. Paralelamente, en el colegio aumentaron las reglas de seguridad y de control hacia los alumnos y la sobre exigencia del establecimiento lejos de disminuir, aumentó para peor. Se quebró toda confianza entre alumnos y profesores y muchos de éstos fueron más exigente todavía, reforzando el círculo vicioso.
¿Quién tiene la culpa? ¿Francisco es víctima del sistema o realmente es irresponsable e inmaduro, y por lo tanto debe aceptar sin más la expulsión del colegio? ¿Tiene responsabilidad el mismo colegio y los padres de este joven?
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