Cada alumno tiene su historia y yo no soy la excepción a esto. Para mí, la mejor etapa en este rol fue el colegio. No puedo negar que cuando lo deje estaba muy emocionada y feliz pero, una vez que el tiempo pasó y noté que nunca más volvería me di cuenta que los mejores años de mi vida ya habían pasado y eso, me entristeció profundamente. A pesar de lo espectacular que me resultó el colegio, no estuve ajena a conflictos y situaciones críticas en él.
Mi enseñanza media la viví en un establecimiento de Maipú, al que llegué sin ninguna expectativa. Tuve mucho miedo de vivir un cambio tan drástico como el que significa pasar de un colegio femenino a uno mixto. Sin embargo, mi perspectiva cambió una vez que entre a clases y encontré ahí, a los mejores amigos de mi vida. Ahí crecí, entendí y aprendí muchas cosas que antes me eran desconocidas. Así como reí largas horas, otras tantas me las pasé llorando y tratando de superar una depresión de la que no me fue fácil salir. Esta misma razón fue la que provocó que mi ánimo se descontrolara y me llevara a hacer muchas cosas que no quería. Pero peor que esto, fue sentir que no tuve entonces el apoyo del director de mi escuela.
La primera vez que sufrí un ataque de nervios estaba en tercero medio. Ese día martes había amanecido de mal humor, me sentía pésimo y creía que el mundo se venía abajo. El día antes me había quedado hasta más tarde tratando de aprender bien las funciones y parábolas que entraban en mi examen. Sin voluntad me levanté para ir a dar una prueba de matemáticas para la que realmente, había estudiado mucho. A pesar de todo lo insoportable que fue el periodo depresivo, mis amigos me obligaron a darme fuerzas y me incentivaron a salir adelante. Por ellos especialmente, ese día martes me levanté igual. Cuando llegué al colegio comenzó la angustia y no pude controlar las lágrimas. Me pregunté porqué había llegado a eso, porqué no podía sentirme bien como antes. A los cinco minutos entro mi profesora con las pruebas impresas en la mano. Ella me conocía bien, sabía que yo no era mala estudiante y ese tiempo trató de estar apoyándome dentro de lo posible. Me preguntó si quería dar la prueba, si me senita bien. Parece que mi cara decía lo contrario. Mis amigos me miraron y me pidieron un esfuerzo; no podía defraudarlos después de todo el apoyo que me daban. Entonces respondía que sí, que me entregara la prueba porque no me sentía mal. A los diez minutos comencé a marearme y tenía la sensación de que me iba a caer. Finalmente, eso fue lo que sucedió. Me desmayé en medio de la prueba provocando el susto de mi profesora y mis amigos. No recuerdo más hasta que desperté en la enfermería del rpimer piso junto a mi mejor amiga. Le dije que no podía más, que sólo quería borrarme por un largo tiempo.
Al día siguiente el director me citó junto a mi apoderado; le pregunto a mi madre que me sucedía y porqué había reaccionado de esa forma frente a la prueba. Ella no tenía idea, no sabía que decir y estaba confundida. Entonces yo lo miré y le dije que yo se lo podía explicar bien. Hasta ese momento no había asistido a ningún siquiatra y no tenía ninguna válida explicación más que mi propio sentimiento. El director me miró y me dijo que no me creía nada; que de seguro había actuado así para no dar la prueba y aunque la profesora le contó que hace días andaba mal, eso no le pareció suficiente. El llevaba solo un mes dirigiendo el colegio y por lo tanto, poco sabía de los alumnos. No me puse en su lugar entonces, no podía comprender que desconfiara de mí y muy alterada abandoné su oficina. Entonces me siguió y me pidió que volviera y le pidiese disculpas. Yo no quería, no tenía el mínimo deseo de pronunciar lo que no sentía. Mi mamá se puso a llorar y se acercó a mí. Le pedía que no dijera nada porque no deseaba escucharla. Entonces llegó hasta nosotros el director otra vez y me ordeno volver con él a la oficina. Entonces lo escuche pero no pronuncié palabras. Revisó mis papeles y me amenazó con quitarme la beca si seguía comportándome así. También me dijo que estaba loca, que nadie en sus cinco sentidos reaccionaba así; yo lo miré otra vez, me sentí humillada y vacía. ¡Cómo alguien se siento con el derecho de diagnosticar de loca a una alumna! Pensé que él era un cobarde, porque en ese momento mi mamá ya no estaba y no había escuchado nada. Me fui otra vez a la sala sin dejar de pensar en las palabras de ese hombre. Eso me dejo herida y aún pero de lo que ya estaba. No le comenté a nadie lo sucedido y estuve todo el día muy aislada de mis compañeros.
Me diagnosticaron una depresión ansiosa a la semana siguiente. Fui con mis papales otra vez a ver a este hombre que me insultó. Le dije que no estaba loca, solo enferma pero que me sanaría. A pesar de que creyó en mi diagnostico se rió de, según él, “tener la razón” en lo que me había dicho. Entonces si que no pude tolerarlo y le advertí que saldría adelante igual, aunque existiera gente tan poco comprensiva como él. El altercado dentro de su oficina me irritó bastante; le levanté la voz y me respondió irónicamente. Entonces entro su secretaria y suavemente me pidió que no llorara más, que si sentía que ese hombre no estaba en lo correcto se lo informara al centro de padres.
La justicia dicen, llega tarde pero llega. El director alcanzó a cumplir cuatro meses en el colegio antes de ser destituido por los constantes reclamos de apoderados y alumnos por la poca psicología que tenía para tratar a los estudiantes y por lo irresponsable que fue con uno de ellos, especialmente, al que agredió físicamente.
Reconozco que no debí haber alzado la voz esa vez para pedir respeto y comprensión, pero vivir una enfermedad como esa no es algo fácil. La gente suele no comprender que la depresión es involuntaria; no se busca, no se planea, solo aparece desencadenada por una o varias razones en nuestras vidas. No quise realmente ese día dejarme prueba y caer al suelo, no quise hacer sufrir a la gente que me quiere tanto pero tampoco pude evitar que ese martes las cosas terminaran por explotar. Y a ese hombre, que no midió sus palabras solo le deseo lo mejor; yo me superé y el tiempo me dio la razón.
Anónimo